W://_jetrouvepasdesyeuxdelanuitnoencuentrolosojodelanochesichfindenichtdieaugevondernachtidontfindtheeyesofthenight
8.2.11
Autoinmunidad
Quizá sea más conveniente que me apegue a los hechos. Cuando la maté no sabía que ella estaba viva todavía; es más, creí que fingiendo matarla le hacía un favor, que le hacía el favor de estar viva otro rato, mientras se acababa de morir. Por supuesto que es un asunto complejo matar a alguien que otro mató, algo así como tiene la culpa el que se duerme mientras en el piso de arriba asfixian a alguien con una almohada. No corrió con la misma suerte. Bueno, ni ella ni yo corrimos con la suerte que nos tocaba. Ella la de estar muerta y yo la de seguir vivo. Pronto ajustaremos cuentas en el otro mundo, señor juez, pero le juro por los días que me quedan que ella siempre fue una mentirosa. Una bella mentirosa, debo admitir. Y si me dejó matarla fue para probar en mi carne la última de sus mentiras. Su mitomanía empezó por ser un defecto y siguió asi su curso hasta convertirse en el altar más alto de mi afección. No fueron pocas las veces que mi corazón latía con una fuerza animal mientras ella decía que me odiaba. ¡Decía que me odiaba, señor juez!, imagine cuánto amor podría profesarme para llevar su defecto al límite de la realidad. No ha habido sobre este mundo amor tan grande como para sobrevivir tan impunemente a nuestros defectos. Y mi defecto, dicho sea de paso, fueron siempre estos escapes del juego; la incapacidad para ir al mismo ritmo que ella e invariablemente terminaba sin saber qué era adentro y qué era afuera. Creo que no estoy siendo claro: me costaba distinguir cuando éramos ella y yo y cuando éramos nosotros. A ratos éramos ninguno de los tres (ella, yo y nosotros), y eran momentos duros, donde ni siquiera podía mentir y yo ni siquiera podía creerle. No voy a mentir desde aquí: hubo serios momentos en que parecían apagarse las luces. Es por eso que pasó todo. Fue en uno de esos momentos trepidantes de inquietud y vacío mitómano-amoroso tan nuestro que no tuvimos otra opción que jugárnoslas toda. Su mentira más grande se tributó cuando se echó al cuello una soga de lino y se echó al vacío. Casi lloro de emoción, señor juez, creo que incluso lloré un poco antes de bajarla y hacer mi parte del ritual que nos llevaría de nuevo al uno con el otro. Es por eso que tengo tanta prisa por ir al patíbulo, señor juez, para que al llegar a donde ella esté me guiñe el ojo y todo vuelva a ser normal.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
take a post-it