15.1.10

Como en las peliculas

Hoy es decir ayer o mañana;
seré tu segunda piel
en invierno,
cuando llegue el invierno
que no termine.

12.1.10

Exilio



Ven, acércate. No te haré daño. Acércate a donde puedas verme. Yo llevo una vida observándote, adivinando tus movimientos, cada temblor de tus manos. Es hora. ¿Te asustan las cicatrices? El animal que las hizo duerme lejos de aquí, quizá para siempre. Siente ese relieve de las heridas antiguas, mira hasta dónde llega su trazo. Debajo, está el corazón.

Tienes la mirada demasiado viva, casi escucho la voz inquieta que te atormenta, la que no te deja vivir en un camino desconocido. Te conozco demasiado bien como enigma, pero no como respuesta. Podría memorizar los caminos de tu piel sin saber su destino y contarte cada respiración ignorando para siempre los nombres, los momentos. Puedo sentir tu respiración cerca de mi piel, pero no tiene destino.

Conoces demasiado bien la soledad, tienes las marcas del mutismo, de la espera. Es como la piel que no apenas conoce el sol y se marchita en una enfermedad blanca. Conoces también el vacío y la no-existencia. Ahora dime, ¿cuál es tu nombre como flor?. ¿Cuál tu hora?.

Vámonos mientras la benigna sombra de una luna dormida nos ampare; vámonos siguiendo el compás de esa pequeña danza que se aletarga debajo de tu pecho, a donde la muerte no pueda vernos y los dioses olviden que nos crearon. Huyamos a donde se nos olvide que pasa el tiempo, hasta que dejes de tener frío,

tan sólo, un poco de sueño.

11.1.10

Réquiem

Se está muy bien aquí, Podría vivir una vida casi sin sentirla en medio del frío que puebla todas las horas de este lugar, entre las pequeñas hierbas cristalizadas de la calle y las ventanas comidas por el vaho. Podría ver al tiempo condensarse y apilarse entre los babeles de libros y discos, entre las lámparas y las altas paredes. Sería un lugar perfecto de no ser por los gatos.

No me malentiendas, sé que te gustan y acaso me gustaron a mi, pero es imposible evitar ese coro de maullidos por la noche, como el anuncio mismo de una agonía imaginaria. Se lamentan en grupo mientras tienden sus pequeños cuerpos sobre los techos y desaparecen ante el mínimo indicio de movimiento. Me enloquece esa manera en que claman a sus fantasmas, en que llevan hasta el amanecer las últimas notas de ese noche a noche.

Finalmente, uno entró a la casa la noche pasada. Entró de la forma más sencilla posible: por la puerta del balcón. Aunque normalmente la tengo entreabierta, alguna clase de ley no escrita que dividía el callejón de la casa. No obstante, uno de ellos se resbaló entre la oscuridad y apenas se notaba su presencia por el velo de las cortinas (esas cortinas que, sabes, parecen animadas cuando tocas al piano una contradanza o una de esas canciones sin reposo que te animas a tocar cuando estás de buenas; parecen entonces las cortinas las danzantes de una cajita de música, como si aparentaran tejerse solas, por el encanto de los acordes cortos y fuertes).

Era uno común y corriente, acaso más pequeño que el resto. Entró como si conociera el salón; entró sin verme. No me moví ni un poco mientras se subía en el banco del piano y comenzaba a subir después por el librero pequeño en el que guardas las partituras. Mientras lo hacía me acerqué a las puertas del balcón y las cerré de un golpe. Me miró de una forma loca, de una locura culpable y que está desesperada por la huída. Pero no no lo iba a dejar salir de allí. No había tocado el piano desde que te fuiste, así que todo seguía en su lugar. Tomé la partitura de Sander C. y la dejé fluir con sus aleteos gruesos, con sus notas pesadas que se mueven con gracia monumental. En esa tosquedad de sonidos y derroche grotesco de poder. El gato no sólo estaba desesperado por salir, sino que realmente tenía miedo de ese rictus que es ser la presa y no el cazador. En un ataque de desesperación corrió hacia mí y me clavó sus garras y colmillos en el brazo que tenía expuesto de ese lado. Sólo necesitaba una excusa para hacerlo, y él me la dio.

Lo arranqué de mi brazo con lo que me desgarré la piel a medida que sus colmillos salían, y lo arrojé dentro del piano. No le di oportunidad y eché la tapa encima. Al principio no se escuchó ruido alguno, después la enorme caja de resonancia hizo eco de sus bufidos salvajes y sus arañazos.

Volví a acomodar la partitura en su lugar, me anudé un liezo en el brazo y me senté con calma frente al teclado, aun brillando en gotitas de sangre y sudor.

Ahora sí, era hora de comenzar la función.

9.1.10

Lluvia

El anciano se acomodó el sombrero cuando empezó la lluvia, pero retiró la mano de inmediato cuando sintió una punzada aguda. Se llenó de una mezcla de asombro y terror cuando notó que esa lluvia era diferente a todas.

Toda la gente en el pueblo corrió a refugiarse en donde fuera, extrañándose mutuamente sobre el sucedo sin precedente que sus ojos obervaban. Ya era de por sí extraño que lloviera en esa temporada del año, pero la naturaleza de esa lluvia era algo incomprensible para esos rústicos que dividen las leyes naturales entre las cosas del hombre y las cosas de dios. Y es que no era de esos sucesos que cobijamos bajo el benigno nombre de historia, como las muertes, las guerras o las hambrunas, hechos perfectamente comprensibles para cualquiera y que se repetirán hasta el fin de la humanidad: cosas perfectamente conocidas que suceden de vez en vez. Esta lluvia de esquirlas plateadas no podía ser somprendida ni como cosa de hombres ni de dios (nunca se ha sabido en las biblias o libros sagrados sobre lluvias de esquirlas plateadas que se disuelven al contacto con la tierra en pequeños arroyos mercurosos).

La gente observó a los animales del exterior convertirse en auténticos alfileteros vivos mientras las esquirlas disueltas eran suplidas por otras nuevas en un intenso caer que creaba un ruido desconocido y que imprimía una nota de pavor al caer sobre los techos de zinc y lámina. A los niños les parecio una de esas cosas inexplicables que se aceptan y ya, como que las cosas caigan para abajo. Para cada uno de los adultos significaba un castigo en blanco al que cada uno le acomodó el nombre que creyó conveniente.

Como suelen ser esas cosas, no fue demasiado prolongado ni dejó muchas huellas, a no ser la infinidad de pequeñas heridas en los animales, las tierras como con marcas virulentas y ríos brillantes y plateados que desaparecieron en las entrañas del suelo.

Lo más prudente era olvidar el suceso, no fuera a pasar -como sugirió prudentemetne el sacerdote- que otras personas se enteraran del raro proceder de la lluvia en ese pueblo y fueran a creer que estaban malditos, o algo peor. Los niños ni lo recordaron al cabo de unos años, a los adultos el silencio prolongado les borró insensiblemente el recuerdo y al final quedó marcado suavemente como el recuerdo de un sueño mucho tiempo atrás.

De cualqier forma -agregó uno de los más viejos del pueblo, en vista de la recomendación del sacerdote-, en estas tierras es más fácil una maldición que un milagro.

8.1.10

trazos 1


... como cada tarde, desde que son las cuatro en punto... sin embargo, regresan a su entierro... ¿me has oído? llevo días gritándote que eres sorda... salvo la muerte, todo puede ocurrir... toma esta espina y córtate la cabeza... número 9 antes que el 7, 9 antes que 7... ¿cuándo? debajo de la hoja... cuando el astuto inspector se cubrió con la capa no sólo sintió la fetidez dulce de la descomposición, sino la dureza de ese cuerpo que podía tomar sin repulsión... devuelve lo que has tomado, lobo, devuelve el vacío... si hubiera un latido más, podrías ahogar su voz...

5.1.10

No me olvides

Se sentó en el borde del camino y se sacudió las manos con fuerza, como si se quitara hormigas. Llovía un poco, pero apenas le importaban las gotas que se hundían entre sus cabellos. Se buscó los cigarrillos en todas las bolsas de la chamarra, pero también los había dejado en la mesita de la sala. Había dejado los cigarrillos, quizá las llaves y otra cosa que no tenía nombre.

Se llama ella...

Ya no hay forma de esconderlo, Mario, la verdad es que he caído. Tanta fanfarronería tenía que terminar de alguna manera y esa manera se llama ella. No se puede, no se debe regresar tantas veces para regodearse de un recuerdo, pero quién dijo alguna vez que teníamos que seguir adelante? No es acaso más cómodo quedarse en un estatismo perturbador, alienado, en una repetición eterna de los mismos hechos, con las mismas personas? No sería fácil fascinarnos y ser fascinados y vivir una fantasía onírica, como semidioses, como... Lo se, tu me lo dijiste más de una vez, y no me conociste todavía en los días en que me quedé esperando casi dos años de mi vida. Es la diferencia entre los dioses y los mortales esa espera? Los dioses viven cómodamente echados en sus cielos (o sus mares, o sus infiernos, o sus libros) mientras nos digiere la vida poco a poco. Es la misma lucha contra la muerte que el de uno que se ahoga en el mar, pero la nuestra es lenta, muy lenta, una lucha que nos dura una vida. Desde que nacemos evadimos la vejez, la muerte, nuestra realidad. Sí, sabemos que moriremos pero no lo creemos.

Y tuve que caminar después de lamentarme tontamente esa soledad. La soledad es el camino, y los caminos llevan a alguna parte. Me cansé de su serenidad, necesito vivir Mario, y para vivir, hay que desgarrar, hay que gritar y eventualmente, vérnoslas con nuestra muerte diaria.S

Diario interrumpido


Sucede en las noches, como si respirara la oscuridad o sólo pudiera estar en vigilia durante las pocas horas que se arrastran penosamente entre el inicio y el fin de la vida diaria; en ese rato en el somos quienes debemos ser.

Finalmente, sucede ese encuentro tan ineludible con los mismos ojos que evitamos a lo largo del día bajo el maquillaje del tiempo y la vida real.

Llega entonces esa otra voz que nace en una parte desconocida pero que llega certera y limpia a lo más delicado de nuestros sentidos, y ni siqueira es necesario que nos llame por nuestro nombre, tan sólo tocar ese interruptor en la pared que apaga el día y enciende la noche. Te cuenta tu propia existencia como si fueras un observador pasivo, un dios omnipresente y al mismo tiempo tu creación. En ese momento no hay hombre, hay un dios convertido en un juez caprichoso para su propia realidad tibia, hecha a la medida.

Repite los nombres conocidos y siempre calla antes de decir los que esperamos, revuelve las lágrimas y acaricia la piel con delicadeza, como ciertos enamorados que obervan a sus personas de deseo mientras duermen, las besan delicadamente y guardan para si el único beso que puede ser singular, tanto como quien siembra anónimamente una flor para no saber de ella nunca.