19.2.11

infección


pesa demasiado la piel
pesa el sueño, pesa la necesidad
de comer y ser
comido

me pesan los ojos y las venas
y el flujo inconmensurable de mi saliva
en un canal de letras sucias
que invaden, que me aconsejan
como voces de pesadilla

se me escurre el tiempo
y encharca mis tímpanos, mis dedos
anegados en un vórtice
de su propio estanque de uñas

convalezco al despertar
y cada día es tan malditamente
tan seguramente mellizo de mañana

cada espacio es tan infecto
de sus habitantes, del roce simultáneo
de pétalos gastados
que no cabe el llanto entre las páginas

no cabe el azul
de un ave que va a morir
sin conocer qué región del aire
es su sepulcro.

este es mi camino, el camino
de mis muertos, mis preciosos
manantiales polvorientos

óyelos, van ya muy lejos
los oigo, casi, te oigo a ti con ellos
mientras se frotan las vidas
each other

there won't be more road for me
this is only one, maybe two
ways to become not-real.

hope never dies: i'll
take it underground
(mientras todavía respira).

je me souviens qu'il y a eu
une fois
quand j'avais été moi:
j'avais perdu la plus
chère obscurité.

einmal, eine sëngerin
habt ein Lied:
vier, alles Tag, hier
alles Tag.

Ich errinere mich nicht
ich bin Tote, ich bin müde

ich bin nicht bin ich

ahora sólo quisiera
tener otra vez todo
lo que era mi pobre todo

quiero todo;
avant ouvrir les jeux
tout était muet.

Quiero el cajón vacío
con el que acostumbro
encerrar
me

una vez
creí en el infierno
y sus ángeles.

8.2.11

Autoinmunidad

Quizá sea más conveniente que me apegue a los hechos. Cuando la maté no sabía que ella estaba viva todavía; es más, creí que fingiendo matarla le hacía un favor, que le hacía el favor de estar viva otro rato, mientras se acababa de morir. Por supuesto que es un asunto complejo matar a alguien que otro mató, algo así como tiene la culpa el que se duerme mientras en el piso de arriba asfixian a alguien con una almohada. No corrió con la misma suerte. Bueno, ni ella ni yo corrimos con la suerte que nos tocaba. Ella la de estar muerta y yo la de seguir vivo. Pronto ajustaremos cuentas en el otro mundo, señor juez, pero le juro por los días que me quedan que ella siempre fue una mentirosa. Una bella mentirosa, debo admitir. Y si me dejó matarla fue para probar en mi carne la última de sus mentiras. Su mitomanía empezó por ser un defecto y siguió asi su curso hasta convertirse en el altar más alto de mi afección. No fueron pocas las veces que mi corazón latía con una fuerza animal mientras ella decía que me odiaba. ¡Decía que me odiaba, señor juez!, imagine cuánto amor podría profesarme para llevar su defecto al límite de la realidad. No ha habido sobre este mundo amor tan grande como para sobrevivir tan impunemente a nuestros defectos. Y mi defecto, dicho sea de paso, fueron siempre estos escapes del juego; la incapacidad para ir al mismo ritmo que ella e invariablemente terminaba sin saber qué era adentro y qué era afuera. Creo que no estoy siendo claro: me costaba distinguir cuando éramos ella y yo y cuando éramos nosotros. A ratos éramos ninguno de los tres (ella, yo y nosotros), y eran momentos duros, donde ni siquiera podía mentir y yo ni siquiera podía creerle. No voy a mentir desde aquí: hubo serios momentos en que parecían apagarse las luces. Es por eso que pasó todo. Fue en uno de esos momentos trepidantes de inquietud y vacío mitómano-amoroso tan nuestro que no tuvimos otra opción que jugárnoslas toda. Su mentira más grande se tributó cuando se echó al cuello una soga de lino y se echó al vacío. Casi lloro de emoción, señor juez, creo que incluso lloré un poco antes de bajarla y hacer mi parte del ritual que nos llevaría de nuevo al uno con el otro. Es por eso que tengo tanta prisa por ir al patíbulo, señor juez, para que al llegar a donde ella esté me guiñe el ojo y todo vuelva a ser normal.

6:58

me devora el fuego
sin una lengua que le abra camino
de la tierra
a mi pecho,

por la nítida presencia
de tu nombre desnudo;
despojado de ti,

por la nítida soledad
(ni siquiera quedó el sabor
que dejabas
en las sábanas)

se llevó todo

y lo llevó a un molino
de agua.

no te despediste, y ahora
la gangrena se come vivos
mis tejidos
con la voracidad con que tú
le enseñaste a desencajarme