11.1.10

Réquiem

Se está muy bien aquí, Podría vivir una vida casi sin sentirla en medio del frío que puebla todas las horas de este lugar, entre las pequeñas hierbas cristalizadas de la calle y las ventanas comidas por el vaho. Podría ver al tiempo condensarse y apilarse entre los babeles de libros y discos, entre las lámparas y las altas paredes. Sería un lugar perfecto de no ser por los gatos.

No me malentiendas, sé que te gustan y acaso me gustaron a mi, pero es imposible evitar ese coro de maullidos por la noche, como el anuncio mismo de una agonía imaginaria. Se lamentan en grupo mientras tienden sus pequeños cuerpos sobre los techos y desaparecen ante el mínimo indicio de movimiento. Me enloquece esa manera en que claman a sus fantasmas, en que llevan hasta el amanecer las últimas notas de ese noche a noche.

Finalmente, uno entró a la casa la noche pasada. Entró de la forma más sencilla posible: por la puerta del balcón. Aunque normalmente la tengo entreabierta, alguna clase de ley no escrita que dividía el callejón de la casa. No obstante, uno de ellos se resbaló entre la oscuridad y apenas se notaba su presencia por el velo de las cortinas (esas cortinas que, sabes, parecen animadas cuando tocas al piano una contradanza o una de esas canciones sin reposo que te animas a tocar cuando estás de buenas; parecen entonces las cortinas las danzantes de una cajita de música, como si aparentaran tejerse solas, por el encanto de los acordes cortos y fuertes).

Era uno común y corriente, acaso más pequeño que el resto. Entró como si conociera el salón; entró sin verme. No me moví ni un poco mientras se subía en el banco del piano y comenzaba a subir después por el librero pequeño en el que guardas las partituras. Mientras lo hacía me acerqué a las puertas del balcón y las cerré de un golpe. Me miró de una forma loca, de una locura culpable y que está desesperada por la huída. Pero no no lo iba a dejar salir de allí. No había tocado el piano desde que te fuiste, así que todo seguía en su lugar. Tomé la partitura de Sander C. y la dejé fluir con sus aleteos gruesos, con sus notas pesadas que se mueven con gracia monumental. En esa tosquedad de sonidos y derroche grotesco de poder. El gato no sólo estaba desesperado por salir, sino que realmente tenía miedo de ese rictus que es ser la presa y no el cazador. En un ataque de desesperación corrió hacia mí y me clavó sus garras y colmillos en el brazo que tenía expuesto de ese lado. Sólo necesitaba una excusa para hacerlo, y él me la dio.

Lo arranqué de mi brazo con lo que me desgarré la piel a medida que sus colmillos salían, y lo arrojé dentro del piano. No le di oportunidad y eché la tapa encima. Al principio no se escuchó ruido alguno, después la enorme caja de resonancia hizo eco de sus bufidos salvajes y sus arañazos.

Volví a acomodar la partitura en su lugar, me anudé un liezo en el brazo y me senté con calma frente al teclado, aun brillando en gotitas de sangre y sudor.

Ahora sí, era hora de comenzar la función.

2 comentarios:

  1. Buenas noches, Drako. Gracias por tu comentario. Dices que te gustaría intercambiar ideas conmigo, aquí me tienes para charlar (Aunque ahora me conecte menos a menudo porque estoy estudiando). Ah! Por cierto, me gusta mucho esta entrada no sé si sabías que el lobo es mi animal preferido. Así mismo, me gusta tu blog! Saludos.

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  2. No habría mucho que comentar, dejaría pasar el capricho, yo también lo disfruté. Es bueno o malo?, funciona o no? Nos sirve para tomarte el pulso. El lobo romántico se resiste a morir, ha evolucionado pero no va a renunciar a sus vicios (mismos que lo mantienen vivo). Hay un mejor manejo de las atmósferas de las descripciones, ya no te matas cargando el texto, prefieres viajar con equipaje ligero, siempre recuerda: el tamaño de la maleta hace la diferencia entre el turista y el viajero.

    Ya hay más de lo que sólo podría ser lobo y menos de lo que en general encontraríamos en cualquier rincón protogótico (cómo lucen mis holgadas mangas!). Sólo revisa eso de brazo+expuesto+lado, hiere la vista y los oídos.

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