Desperté en un féretro de hierro dulce
(lo llamaban sonata)
y escurrió el rezo en mi boca
ahogándome bajo la mortaja
de un dios secuestrado en algún templo:
desperté con sed de oro y almas
Los vivos hacen a sus muertos
por qué tardarán tanto
los cadáveres
en abrir los ojos
por qué tardará el destino en tirarse al tiempo
con la risa entre las piernas
hasta arrancarle la boca
dónde sepulta en cielo a la tierra
dónde acechan sus muertos.
un espejo viejo
no recuerda cómo reflejar;
un cuerpo sin apellido,
una flama opaca al pie
de una lápida con una fecha inane
me atemorizan los insectos alados
el miedo es otro surco
de la envidia
sólo un silencio, uno muy pequeño
que reproducir para siempre
como rosarios
como el ángel con pezuñas
rezando a esa santa educada para puta;
luces enmarcada en blanco
de no se qué luna
un pájaro negro
muerto sobre el manto
de una virgen.
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