20.3.10

Mangerêve



« Si me preguntáis de dónde vengo,
tengo que conversar con cosas rotas,
con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas »

Pablo Neruda. No hay Olvido




1.

Clic. Tomó dos, tres fotografías tomando con firmeza el aparato que dividía al mundo entre los dos lados del obturador. Clic. Se hizo a un lado el cabello que le caía frente a los ojos y se acomodó de rodillas en el suelo para seguir cazando con la cámara. Clic. Ella dejó escapar un suspiro de desinterés y él apretó los dientes, pero no se movió de su posición. Suficiente, dijo ella, y se incorporó para buscar su ropa sin siquiera mirarlo.
Clic, clic, clic. Colocó la cámara a salvo dentro de un estuche y sacó unos billetes arrugados de su chamarra de cuero. La dejó ir. Se quedó un rato a solas mientras hacía unos trazos en un cuaderno. Afuera una pareja ruidosa lo separó de su trabajo. En ese momento volvió a su mente el mismo sueño que había venido apareciendo como una sombra intermitente: volvió a atravesar en su mente una alambrada de hielo donde crecían ojos que lo seguían a cada movimiento; fue allí que escuchó un nombre que no recordó nunca más, pero que tenía un significado —como las fotografías de gente muerta que nadie recuerda—, como si se hubiera degradado a través de los años.

2.

Encendió el tocadiscos y dejó crepitar la punta de zafiro sobre el disco que ya estaba puesto. Dejó que permearan poco a poco en él las palabras que arrastraba el aparato antes de que cobraran el sentido que usualmente tenían, imágenes mil veces frecuentadas. De súbito recordó un detalle más sobre el sueño y las palabras que le dijo Haxo esa noche final. "Aprovecha esta noche, porque a partir de hoy los sueños serán algo sólo para recordar". Y le había explicado sencillamente que los sueños son una forma en que la vida compensa su brevedad. "Obviamente, nosotros no los necesitamos". Y luego había venido ese sueño a resquebrajar tanto tiempo de una pasiva tranquilidad. De todas formas, ni siquiera en ese momento crucial había confiado del todo en Haxo y su olor inconfundible a encierro y tumba.
Mientras sumergía los rollos en la emulsión reveladora sacó el cuaderno de notas y revisó las pocas palabras que había sacado de la última chica. No mucho, en realidad. Sólo un lunar cerca del vientre. Con su navaja cortó cada uno de los cuadros de celulosa y los puso ante sus ojos hasta decidirse por dos que iba a fijar. Prefirió una donde las líneas su fundían hasta que la chica podría haber sido cualquier cosa.

Incluso —pensó—, yo.


3.

Cuando se encerró detrás de candados, cerraduras y trancas se aseguró de haber colocado mucha agua en los recipientes y haber dejado al alcance la bacanal de carne y sangre que iba a menguar la tentación de la otras carne y sangre. Aún en ese estado de racionalidad intoxicada por una palpitación mucho más tibia y persistente, conocía la diferencia entre cazar y ser cazado.
Aún faltaba tiempo. Encendió un cigarrillo y lo paseó entre sus dedos sin probarlo, regresando sobre las líneas leídas. No importaba lo que hubiera dicho Haxo, sabía que no estaba alucinando. De todas formas, también sabía que esa noche no dormiría.
Sintió los mismos latidos violentos que antecedían la sensación mesmérica en la nuca y los brazos. Se dejó llevar dócilmente mientras pudo por ese ardor que se apoderaba de cada fibra de sus músculos hasta dejarlos en una tensión absoluta, al borde del desgarre. Lo había experimentado muchas veces, pero se rehusó siempre a abrir los ojos mientras los ruidos del exterior se fragmentaban y todo aumentaba hasta que se le llenaban los sentidos de olores y voces, de la misma forma en que una luz deslumbra. Al principio le dolió mantener la mandíbula presionando la gruesa tira de cuero, pero al cabo fue agradándole la sensación de tener algo atrapado entre los dientes.
Sólo cuando fue incapaz de usar la garganta para vocalizar se atrevió a abrir los ojos. Era la primera de tres noches.

4.

Sacó las fotos del cuarto oscuro antes de ir a trabajar en la librería. Las observó un buen rato a la luz rojiza del sol y decidió que una de ellas iría a parar a la pared y la otra al cajón. Se cuidó de deshacerse en un basurero de los restos de lo pasado durante la noche y siguió adelante. Escurrió de nuevo el día en papeles desteñidos detrás de vidrios muy opacos. No hizo más que encontrar las mismas palabras vistas tantas veces. Alguno, estaba seguro, tendría que haber notado ese hecho notable. Él no era el único y muchos otros antes que él dejaron sus mensajes crípticos, para revelarse ante los ojos que supieran verlos.
Apenas despegó la vista cuando una joven entró y se coló hasta las estanterías más profundas. No era la primera vez que entraba y hurgaba entre los libros que habían estado exclusivamente en las manos de él, sin ningún interés para alguien que no supiera leerlos. Notó su olor y le recordó el olor de cierta flor al marchitarse.
Ni siquiera hizo ruido y los dos permanecieron largo rato como fantasmas de dos diferentes tiempos, ajenos uno al otro. Al final ella dijo algo sobre un poema desconocido de un poeta aún menos conocido y él dijo algo sobre sueños conocidos con consecuencias desconocidas. Al final alguno dijo algo sobre los desconocidos que se aventuran sin dejar de ser desconocidos. No tuvo la tentación de buscar su cámara ni de proponerle un encuentro de paso.
No se tomaron de las manos ni preguntaron uno del otro. No inventaron historias inconexas ni fingieron su papel. Sólo llegaron al departamento en el subsótano y entraron. Ella recorrió con la mirada las fotografías fijas en la pared y le preguntó qué había en común en todas ellas. "Son rastros, son una suerte de marcas dejadas en el camino. — intentó explicar—, a veces la cuenta de los días no tienen ningún sentido y es mejor contar otras cosas, que signifiquen más.
— ¿Qué significan ellas?
— Significan los sueños que no he tenido.

5.

Le habló del sueño de las alambradas de hielo y el epílogo que era completamente nuevo. Sobre cómo los ojos iban poco a poco siendo más blancos hasta convertirse en esferas lechosas y brillantes, y cómo en lugar de caminar a lo largo de la muralla sin fin se separó de ella hasta convertirse en una línea en el horizonte y corrió hacia ella, extendiendo los brazos apenas unos metros antes de entregar su cuerpo a las brillantes astillas que sobresalían.
Ella lo abrazó y lo besó sin complicaciones. Recorrió poco a poco el perfil de sus dientes y a él le agradó el sabor de su lengua. Una a una fueron cediendo las pequeñas separaciones entre los dos hasta acabar apiladas en el piso. Alguna botella incompleta sirvió de resguardo del frío que se empezaba a apoderar de la tarde. Afuera, comenzó a llover y el mundo se refugió a refugiarse hasta dejar en el abandono las calles y las farolas. A la vista de una multitud de mujeres plasmadas en plata sobre gelatina se oscureció la escena.
Si en algún momento pasó por la mente de él separar esa realidad de la otra, la intención se había esfumado. Hay veces que no hay marcha atrás, porque nunca existió esa posibilidad. Es esa condena totalmente voluntaria que llamamos destino.
Haxo le había advertido insistentemente en dejar de lado a las mujeres. A menos claro —dijo—, que no pienses pasar más de un rato con ellas. De otra forma sólo hay otra opción. Y la seña que hizo con los dedos sobre la garganta le había dejado en claro cual era esa otra opción. Si nadie lo escribió nunca quizá sólo existía una razón de supervivencia para ignorarlo a propósito.
Se dejó ir sobre el camino trazado de sus pieles hasta coincidir en cada poro, en la silueta de cada una de las venas, y dejó que fuera demasiado tarde para ambos. Se abandonó a las manos insensibles del destino para ser su herramienta. Disfrutó cómo el olor de ella inundaba la atmósfera y el hervor de su sangre se agolpaba en la garganta, en el pecho y en el vientre. Al cabo no tuvo que escuchar atentamente los latidos del corazón de ambos y se hizo una melodía irregular y feral; una lluvia de goterones gruesos.
En ese estado de intoxicación se borró la línea que delimita al cazador del cazado y los convierte a ambos en un accidente. La observó a los ojos y escrutó esas profundas lagunas de arena húmeda en búsqueda de la más mínima nota de miedo sin encontrarla. Cerró los ojos y la instantánea de su mirada se quedó fija en él. Esos mismos ojos fueron los que vio desaparecer hasta quedar entre la muerte y la vida. Los reconoció en su disolución tranquila, como la metamorfosis lunar.
—Tu...
—No—le dijo ella acercándose al oído—, nosotros.
—Aprovecha esta noche... — empezó a susurrar él con los ojos cerrados, intentando hacer que cada palabra tuviera su peso exacto—, porque los sueños son una forma en que la vida se excusa de su brevedad...
—No importa — respondió ella—. Ya no los necesitamos.

3 comentarios:

  1. Tienes un manejo del erotismo que es verdaderamente envidiable, alcanzaste cierto oficio para armar imágenes profundamente sensuales en tu narrativa (veremos si no se agota tu creatividad en este primer intento, hablaríamos entonces de un gran golpe, no tanto de un oficio).
    Luce mucho, seduce... pero en sus misma virtud carga el pecado: todo está en función de ése lucimiento. El capricho se satura y revienta cual barro pletórico en frases como "... el olor de cierta flor al marchitarse". Tienes una historia, pero no la respetas; el guión está planeado para rematar con frases arrolladoras, que exigen un cliché a blanco y negro delante de un tren impaciente por partir, o algún absceso de piel de una chica almódovar y de fondo un bolero enviciante:

    "Incluso —pensó—, yo."
    "— Significan los sueños que no he tenido."
    "—Tu...
    —No—le dijo ella acercándose al oído—, nosotros.
    —Aprovecha esta noche... — empezó a susurrar él con los ojos cerrados, intentando hacer que cada palabra tuviera su peso exacto—, porque los sueños son una forma en que la vida se excusa de su brevedad...
    —No importa — respondió ella—. Ya no los necesitamos."

    Wow! y no es ironía. Son embrigadoramente estimulantes las imágenes que ofreces al lector. Pero, insisto, hay una historia y queda puesta a modo. Su función es exclusivamente valer de marco para tus frases aniquiladoras y tu narración porno.

    El apartado tres es abiertamente provocador, pero más allá de aportar a la atmósfera, me imprime más como atajo y capricho...

    Sí, es redondo; sí, funciona. Sin embargo, la historia termina dándo al traste, resulta simplona, casi obvia... y ... no deja de gustarme; no deja de coquetearme. Suena tan bien... necesariamente es una chica sexy, pero... tiene bien ganado su lugar? Piensalo, la verdad, estuve tentado a abrir este comentario con un "Tú ganas...". Quizás simplemente no estoy dispuesto a reconocer mi derrota, porque este texto hereje, proscrito del cánon no debería gustarme y me embriaga...

    De cualquier modo, mis sinceras felicitaciones, tu narrativa va adquiriendo su color propio. Abrazos.

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  2. El epígrafe es demoledor... Bueno, está huevos, punto.

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  3. Una última cosa, al principio, cuando revisa sus notas, dice "un lunar cerca del vientre", reparando un poco en ésto... dónde chingaos queda aquello? En la frontera de las caderaS? Insisto, un lugar cerca del vientre es otro capricho, ja!, pero se antoja. Cuídate.

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